lunes, 1 de octubre de 2007

De duendes


La niña soñaba, tendida de espaldas en la grama, de cara al duraznero añoso que nunca fue capaz de dar un fruto libre de gusanos. Soñaba que algún día miraría a un hombre directo a los ojos y no tendría dudas de que ese era. Y le diría un sí seguro, sin titubeos, sin pasado y, tal vez, también sin futuro.

Carta a mi mejor amiga.

Todo el tiempo te estuve viendo, desde el espejo. Y supe, en tu mirada, que era perfecto. Hasta los ruidos, invasivos e imprudentes, fueron cómplices que te abrieron espacios para poder respirar. Suavizaron caricias. Endulzaron besos. Empujaron risas.

Quisiste esconderte, volverte pequeña, anidar entre sus manos de dedos delicados y dejarte llevar. Quisiste cerrar los ojos y mirar la felicidad desde adentro. Darte la oportunidad de sentirte plena. Y tomaste la decisión correcta, dijiste el sí a tiempo.

Para ser sincera tengo que reconocer que ni yo te creía capaz. Pensé por un instante, mientras la lluvia se descolgaba por el parabrisas del carro, que iba a seguir ganándote la cobardía. Que habían hecho un buen trabajo y te habían convencido irremediablemente de que ya no eras nadie. Mariposa sin alas, un gusano.

Y me dio gusto y alegría por ti y por mí, amiga, cuando frente a mis ojos asombrados e incrédulos te escuché decir que sí, con la seguridad de quien tiene la certeza que ese es el risco, único, entre miles de millones, desde donde saltar no es caer en el vacío.

Te preparaste por años que parecieron siglos, a conciencia, madurando gestos, archivando amorosamente miles de besos sin destinatario, para finalmente escoger con el corazón por delante. Respetando espacios. Reconociendo limitaciones. Pensando más en dar que en recibir. Entregando cuerpo y alma en una paradoja insigne de llenarse dando. Entregando…para no morirte ahogada.

Ahora la vida sigue. Y te mezclas con tu cotidianidad con el corazón agradecido. No fueron necesarios genios ni magos, ni dioses ni demonios. Tal vez sólo fue un ángel que alcanzó a rozarte con sus alas.

Pudo no ser perfecto. Pudo no ser hermoso. Pudo no ser completo. Pudo no valer la pena. Pero valió, todas y cada una de las pequeñas tristezas que surgen por la nostalgia o por las ganas que te asaltan, traicioneras, cuando llueve…o cuando sale el sol.

La mariposa volvió a tener alas y vuela. Valió la pena. De golpe, si haces memoria, recuerdas una película en la cual Al Pacino, actuando de ciego y antes de bailar un tango memorable, le dice a la protagonista: “A veces, en un momento, se vive una vida”.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hermoso texto. No traté de entenderlo ni analizarlo, sólo me quedé con las sensaciones. Creo que es la mejor forma de respirar estas palabras.