viernes, 1 de agosto de 2008

Amapolas


Dijeron que las amapolas eran unas flores malas. Por eso las arrancamos con mami del jardín aquella primavera. Alguien, en alguna parte hacía drogas con ellas. Eso decían, aunque para nosotras eran sólo un feliz y eterno cosquilleo de colores que saludaba nuestras mañanas. Recuerdo, al lado del pasillo, la forma como lloraban sus tallos quebrados lágrimas de leche. Mancharon todo el mosaico, como una venganza última por el agravio, y tuvimos que lavar el patio con agua, jabón y bastante restregada. Todavía me duelen las manos, rojas por el esfuerzo de borrar hasta la última señal del asesinato múltiple.
Ahora alguien me ha dicho que amarte es malo, que en algún lugar amarte viola una sagrada enseñanza. Menos mal que me avisaron porque, para mí, quererte tanto era apenas cumplir con un mandato que me venía desde adentro y que me resultaba difícil rehusar. Sin embargo, debe ser cierto, si hasta tú estás de acuerdo. Debe ser tan cierto como lo fue el asunto aquel de las amapolas, así que va a tocar seguir el mismo procedimiento, rompiendo tallo por tallo, dejando que corran lágrimas de leche, hasta quedar, nuevamente, con mis manos rojas y vacías.

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