domingo, 3 de agosto de 2008

Porque, a veces...

...un café puede ser mucho más que un café, y asusta aceptarlo. Entonces das vueltas, te retuerces y te niegas. Siempre hay ocupaciones múltiples. Es que el tiempo es tan escaso... Y yo te entiendo, me pasa lo mismo. De vez en cuando, alcanzo a juntar el coraje apenas suficiente como para colocar las dos cucharaditas de azúcar. Luego, el impulso cede y sé que es mejor dejar que el café se enfríe. Esperar otro día, cuando la emoción no sea tan fuerte y la farsa parezca más creíble.
Y es que somos seres tan racionales! Es imprescindible mantener a raya las emociones. Cuando se dejan aflorar, uno hace estupideces, ríe sin razones, defiende a ultranza, besa por impulso y hasta comete la grosería de ser feliz.
Por eso, lo más recomendable es separar el corazón del resto del cuerpo. Dejarlo que vaya donde quiera ir, que sea tan cursi como le dé la gana, permitirle que se ensucie los pies de arena y tome miles de cafés en la compañía que desea, para que el cerebro, ese órgano de la razón y la cordura, se crea el cuento de que ostenta el poder cuando le dice al cuerpo que no, que no se puede o que no se debe, mientras lo convence de que no es necesario el café, que se puede vivir igual, a punta de aromáticas.

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