martes, 2 de septiembre de 2008

María



La explosión se escuchó tres cuadras a la redonda. Vidrios rotos, y los pedazos de María adheridos a las paredes del comedor y la sala. Cada impacto parecía haber dejado dibujada una palabra y en algunos se podía adivinar la impresión de un beso.
…….
La mañana había comenzado como tantas y nada hacía presagiar lo que ocurriría más tarde. María se levantó como siempre, dos horas antes que el resto de la familia, para poder tener el desayuno listo, la casa arreglada y la ropa en la lavadora antes de que su hombre despertara. Conocía sus ataques de malhumor cuando el desayuno se enfriaba o, peor aún, cuando debía esperar a que acabaran de freírse las tajadas. Felizmente, esa mañana todo había salido perfecto y ella esperaba paciente su llegada a la mesa.
Pensó en darle un beso de bienvenida, pero recordó que no le gustaban esas demostraciones de afecto, y estaba cansada de oirlo repetir que con haber dormido juntos ya era más que suficiente. Viéndolo desayunar, acomodado detrás del periódico, se preguntó si alguna vez la habría amado.

Permanecía sentada, frente a él, imaginándolo comer detrás del periódico, cuando recordó el sueño que había tenido durante la noche, y comenzó a contárselo: entraban en la capilla del parque, ella vestida de blanco y él cumpliéndole la promesa que le hizo el día que la sacó de su casa para llevársela a vivir juntos.

La emoción que le imprimía el relato y el periódico de por medio, no le permitió ver el gesto que se iba crispando en el rostro del hombre, por eso el grito la asustó y le cerró la boca. Lo demás fue el estallido que se acompañó de un sonido parecido a un grito.

Miles de caras sorprendidas comenzaron a asomarse por las ventanas, sin embargo el más sorprendido con la explosión fue él, que no creyó nunca que a María no le cupiera tanto sentimiento en el cuerpo, cuando decidió gritarle que se callara.

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