
Todos se arremolinaban a tu alrededor, discutiendo acaloradamente sobre la conveniencia de tu traslado. Tus raíces, sucias todavía, se irradiaban como si quisieran buscar la humedad de alguna nube negra cargada de lluvia. Pero sólo hallaban el sol, inclemente, que te recordaba la pérdida irremediable del olor de la hierba mojada. Te subieron al avión, cuando ya habías perdido las fuerzas y lo mismo te daba servir de adorno...o de leña.
Pronto decidieron tu destino. Para cuando volviste a tocar tierra el dolor ya había dado paso a esa resignada sensación que te ha seguido acompañando, lo mismo que el ardor del tatuaje que aún conservas: “Extranjera”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario