miércoles, 9 de julio de 2008

Choque de trenes


Parada al costado de la vía, esperaba confiada sabiendo que iba a venir. Que no tardaría en sentir el sonido familiarmente eléctrico de su cercanía. Mi mirada buscaba sin prisa, en la oscuridad del túnel, la luz que me diría, sin necesidad de altoparlantes, que la espera había acabado. Una sonrisa se dibujaba en mi rostro, pensando en las películas de magia donde se pasa de una realidad a otra atravesando muros de concreto. Algún parecido tenía que haber, donde mi espera me remitía una y otra vez a la escena del magito de malas que se estrella contra la pared inmisericorde. Me veía a mi misma, incansable, con las rodillas raspadas, en el intento de encontrarlo…al otro lado.

El ruido que se acercaba anunció su llegada sin darme tiempo para nada. Lo que siguió a la sorpresa del primer embate fue una vorágine de miel y arena, que me pendulaba entre la necesidad subversiva de recordar y un resto de instinto que mandaba cerrar los ojos y olvidar. Como si nunca hubiera existido. Y pasó, tan veloz como había llegado, dejándome el rostro salpicado con su mezcla extraña de brisa, calor y miedo. Y ese dulce cansancio...

Luego, sólo quedó volver a la rutina. El trabajo, la casa y un par de amigos que repiten una y otra vez que me veo distinta. Como si fuera otra. No puedo confesarles que están en lo cierto: la lógica manda que nadie puede ser el mismo después de que lo atropelle un tren.

1 comentario:

Anónimo dijo...

alicia me encantó éste relato, con una dósis suspenso en su hilo conductor muy buena.

Un abrazo