sábado, 12 de julio de 2008

De las razones para creer.


Aunque sé que te va a parecer extraño, te escribo para contarte que, a partir de esta mañana, he decidido comenzar a creer en dios. Imagino que deberás estarte preguntando a qué dios escogí dirigir mis plegarias. Además, estoy segura de que te parecerá rara esta decisión mía tan abrupta, sobre todo sabiendo que no soy tan impulsiva como parezco, pero puedo explicarlo, así que vamos por partes.

El primer interrogante, tendré que respondértelo en privado. Si lo digo por este medio, a pesar de que no presumo de que haya muchos que me lean, este tipo de noticias se riega como pólvora y seguramente mañana, a primera hora, tendré mi buzón atestado de cartas y probablemente una horda de salvajes con libros de diferentes formas y tamaños, llegando presurosos a la reja de mi casa intentando hacerme cambiar de dios, ofreciéndome uno o varios, mejores paraísos, infiernos con habitaciones con aire acondicionado y acaso, alguna que otra indulgencia adelantada para distraerme mientras me llega la hora, o algún perdón que podré hacer efectivo apenas estire la pata, incluso antes de que terminen de volverme ceniza. No estoy muy segura de poder resistir tales tentaciones (vos sabés lo débil que soy ante las ofertas) y por eso, entenderás que ese punto deberá esperar a que nos veamos o, si te urge demasiado, me podés llamar por teléfono. No se vería serio eso de estar cambiando apenas matriculada, no crees? Siempre es recomendable dar un plazo prudente de espera para ver qué tal funcionan las cosas.

En lo que respecta al porqué de mi decisión, corro el riesgo de que me insulten o incluso quieran excomulgarme o, peor aún, perdonarme, como hicieron con un amigo en ocasión similar, pero igual voy a explicártelo por dos razones principales: primero, es que quien quita le veas la lógica y te adhieras a mí, bueno...me expresé mal, debí decir a mi decisión...lo otro iría por tu cuenta, aunque quedo a la orden, por las dudas. La segunda, es que no creo que nadie más que vos me entienda y además, a esta altura del escrito, probablemente sólo quedes vos leyéndome.

La verdad es que he reflexionado en la conveniencia de confiar en los que dicen que es deseable tener en quien creer. Te hace sentir más bueno, más perdonable y mucho, definitivamente mucho más recompensable. Fíjate que con los dedos de una mano podrías contar a los que creen sin hacer efectiva alguna de esas tres ventajas competitivas. Además, y por el mismo acto, tenés quien arregle todos los embrollos que se te escapen de las manos y alguna otra metidita de cualquiera de tus extremidades que hagas más o menos sin querer, incluyendo la lengua.

Entendí que así todos ganan, y muy especialmente el único que habla y escucha, que es el que cree. Elige cuándo peca, cuándo se arrepiente, cuánto reza y cuánto empata. Creer es, definitivamente, deseable.

Es más, acabo de caer en cuenta de que no sólo es deseable, es IMPRESCINDIBLE, y si no decime: ¿A quien le agradezco el haberte conocido, y a quien le reclamo el haberte tenido que dejar partir tan pronto?

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