No estoy segura, pero creo que yo era más feliz antes de tanto invento y generosidad de las empresas. Degustaba cada espera como quien toma un helado en invierno. Mi imaginación, siempre activa, inventaba miles de excusas que hacían mi vida realmente feliz. Nunca he creído que para ser feliz haya que aferrarse incondicionalmente a la verdad. Alguna que otra mentirita, eso sí, bien dicha y no muy obvia, devuelve pétalos de rosa al sitio donde, en caso contrario, no habría más que espinas. Lo demás era dejarse llevar por la alegría que, momentánea o no, siempre es un feliz acontecimiento. Y eso le daba el tiempo necesario al esperado para aparecerse justo antes de que uno tuviera que recurrir al último recurso desesperado Como quien dice, antes de que la sangre llegara al río..
Ahora no. Ahora se jubilaron los carteros (que antes se podían enfermar a necesidad). Ya no se acaban las fichas para hacer llamadas. Y, para mayor desgracia, el último baluarte acaba de caer y borrando toda huella de esperanza, los celulares ahora regalan los minutos y una propaganda sin asomo de misericordia grita: “ya no hay excusas, si no te ha llamado es porque no le dio la gana”.
Ahora no. Ahora se jubilaron los carteros (que antes se podían enfermar a necesidad). Ya no se acaban las fichas para hacer llamadas. Y, para mayor desgracia, el último baluarte acaba de caer y borrando toda huella de esperanza, los celulares ahora regalan los minutos y una propaganda sin asomo de misericordia grita: “ya no hay excusas, si no te ha llamado es porque no le dio la gana”.
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