viernes, 8 de febrero de 2008

Porque algunas historias deben terminar bien...

La mirada recorrió tu cuerpo como una pincelada de fuego. Bajaste los ojos, sonreíste y te tropezaste con un saludo torpe que te dio el tiempo necesario para recuperar el aliento. La ayuda con el bolso y el abrigo, repetida miles de veces en miles de personas se inauguró en ti. La noche ocultó sus estrellas tras un manto de nubes que más tarde se decidió por ser lluvia. Lo predecible, el roce casual y el escalofrío. En un segundo comprendiste que la muerte y la vida se resumen en el instante del primer beso. Su gesto te interrogó silencioso y prudente. Abriste los labios, aceptaste su aire y desapareció el mundo. Un sabor a tabaco te inundó el alma.
Y lo demás fue cálido y simple, como debe ser toda primera vez.

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