domingo, 24 de febrero de 2008

Veinticuatro de Febrero, veinticuatro...


Pobres manos
cerradas a destiempo,
escondiendo tanta caricia.


No se han registrado sismos, dice el informe que acabo de bajar de Internet. Acaso mis sentidos me engañan. Bajo a la cocina donde mamá prepara el desayuno y sonríe a mi cara medio dormida. Su presencia es un bálsamo en este día. Veinticuatro. A dos meses y una llorada de la víspera de Navidad, hermoso día. Tal vez lo recuerdes, tal vez no.
Vuelve la sensación de mareo, pero nada fuera de mí parece haberse percatado del peligro. Ni siquiera mi mascota ha modificado su tendido al sol. Mis hijos detienen su juego y voltean a mirarme mientras me recuesto en el marco de la puerta. No es la primera vez que siento el temblor de tierra. La otra vez fue durante el entierro de papá, te acuerdas? Te conté que tuvieron que abrazarme muy fuerte para que no me cayera. Pero no lloré y ahora tampoco. Ya me acostumbro a la tierra que se mueve, al mundo que gira, al dolor de comprender que nada dura, que los que amo se alejan pronunciando excusas más o menos creíbles y que lo mejor es morder los labios, respirar profundo, buscar un punto de apoyo y seguir...seguir...sin pedir explicaciones.

4 comentarios:

Lidia M. Domes dijo...

A veces tiemla la Tierra, otras veces nos tiembla el alma...

Cariños...

Lidia

Kenneth Moreno May dijo...

lo que pasa es que a veces el temblor derrumba hasta el marco de las puertas donde uno se apoya, es mejor recibirlo entonces al aire libre, con la cara al sol, o escapando de los postes de luz, lo más alejado de la civilización.

Alicia dijo...

Tienes razón, amigo, la "civilización" a veces es el mayor riesgo. Gracias, Ali

Pedro Pablo Pérez S dijo...

Lindo texto Alicia. De esos que te dejan reflexionando.

Te felicito